Los
deseos nos mueven y mantienen vivos. El deseo más anhelado –quizás- sea el de
una pareja con quien compartir nuestros días. Claro, me refiero a la idea de
pareja hegemónica y convencional que ha sido alimento de nuestra infancia, adolescencia
y adultez, donde entrar en una relación implica: conocer a alguien (verlo,
cruzarlo) más o menos de tu edad, conversar, tener piel, salir juntos, etc. No creo haya alguna
fórmula mágica a la cual todas las parejas apliquen más que un interés en común
de “estar juntos”, pero alrededor de este deseo de la pareja hegemónica, giran
en estos tiempos muchas nuevas situaciones. Principalmente la mediación
tecnológica. Gran problema para quienes gustan de escribir cartas de puño y
letra, para quienes alguna vez creyeron conquistar con una o varias miradas.
Con toda la nostalgia y pesadumbre puedo afirmar que he perdido la práctica de
mirar a otras personas con intención.
De buscarle la mirada, de conectar con lo más profundo de sus pupilas, de
sostener esa mirada. Sí, seguro el planteo sonará cursi o romántico, pero es
real, y me he dado cuenta hace poco. Hoy, acostumbrada ya a mirar fotos,
a scrollear sin apetito, no veo
sujetos disponibles para siquiera tentar un vínculo (del hegemónico o uno
experimental). Agotadas todas las mediaciones: los filtros, las selfies frente al espejo, los platos de
comida o las copas llenas, no sé qué queda. O mejor, sí, sé: nada.
El deseo nos empecina y podemos caer
en el Mercado de las citas, donde el anonimato reina, donde el ego se hincha.
Otros y otras como yo en una red de deseos insatisfechos, deseos obstinados.
Porque ¿Quién no cayó en estas redes? No voy a exponer sobre una de las más
populares (Tinder). He estado haciendo por semanas experimentos
sociales interesantes, y muchas entrevistas a usuarios. La que más me ha
sorprendido es Date My Age. Según consta en los portales de noticias, una “app de citas
dirigidas al público de más de 40 y senior”. El lugar para las desencantadas y
desencantados categoría ’80. Una plataforma a la que muy fácilmente te
registrás, y donde en la primera conexión te llueven mensajes de “hombres
modelo de revista” pero en fotos “casuales” (abrazando a su mamá, luego de una
rutina en el gym, o en la mesa de un restó). No es lo más curioso el perfil de
estas “personas” (sí, ya vale entrecomillar) sino el contenido de los mensajes
que llegan a tu casilla. Mensajes que suelen ser muy profundos o sencillos. Mensajes
que plantean un desafío, que piden una oportunidad. Y que siempre tienen que
ver con “vencer las distancias” y perpetuar algo. Con preguntas abiertas que te
invitan a decir, a comentar, a ser protagonista por un momento.
¿Crees que podemos ser felices teniendo en
cuenta que hemos sido lastimados anteriormente?
Cuando
uno busca a esa persona ideal y no la consigue ¿debería dejar de buscarla? ¿Tú
que piensas?
No hace falta que pase mucho tiempo
para enterarse que todo es una farsa, y que toda esa sintaxis es propia de un
bot. Sobre todo cuando intentás responder al tipo musculoso y sonriente del
perfil, y la página te solicita que te suscribas por 20 USD para seguir hablando
con… Iker. Todo el tiempo que estés conectada, continuarán llegándote propuestas,
muestras de interés, a ver si caes o no en la trampa.
Me
he conseguido una cámara para poder hablar por video llamada y aún no lo he intentado
con alguien, pero si fuera contigo y pudiera concederte un deseo mientras estoy
frente a la cámara, ¿qué me pedirías?
Lo peor de esta historia no está en
que una página invente perfiles falsos para conversar (a cambio de una suma de
dinero) con otros. Tampoco que las conversaciones que sugiera sean
artificiales, pueriles, prefabricadas, desapasionadas. Lo peor es que hay miles
de personas en todo el mundo siendo estafadas por una aplicación que pretende ser
un lugar de citas, donde si la charla prospera, puede generarse un encuentro
frente a frente. En contextos de mucha ansiedad, debilidad, descuido, ilusión,
hombres y mujeres gastan y gastan para no llegar a nada. Acto
seguido, reclaman a la app, como si del otro lado hubiese un verdadero ser
humano que comprendiera la tremenda desilusión que significa que jueguen así
con tus sentimientos y expectativas.
No son las redes el lugar para lo genuino. Pero nos creen tan naufragados que nos ofrecen chatear con un bot. El deseo está. El deseo arde en nosotros. Deseamos que otros nos escuchen/lean, ser protagonistas. Deseamos un feedback, un guiño, una complicidad. Deseamos, y es tan fuerte el deseo que podemos tomar como cierto que Iker, que habla dos idiomas, es manager deportivo, vive en San Diego, ama los animales, le gusta viajar y es soltero…. que Iker, también nos desee.
5 comentarios:
🙌🏾
Capaaaaa
Muy interesante
Exactamente. Tan cierto y doloroso a la vez, lo que daría por volver a esos tiempos donde nada limitaba, donde desafiabas todo a través de cartas, miradas y palabras.
Leyendo abrazo mi desinterés en las falsas redes, la realidad supera la ficción
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