domingo, 20 de agosto de 2023

¿Sueñan los humanos con delfines de tierra?

 

    Los deseos nos mueven y mantienen vivos. El deseo más anhelado –quizás- sea el de una pareja con quien compartir nuestros días. Claro, me refiero a la idea de pareja hegemónica y convencional que ha sido alimento de nuestra infancia, adolescencia y adultez, donde entrar en una relación implica: conocer a alguien (verlo, cruzarlo) más o menos de tu edad, conversar, tener piel, salir juntos, etc. No creo haya alguna fórmula mágica a la cual todas las parejas apliquen más que un interés en común de “estar juntos”, pero alrededor de este deseo de la pareja hegemónica, giran en estos tiempos muchas nuevas situaciones. Principalmente la mediación tecnológica. Gran problema para quienes gustan de escribir cartas de puño y letra, para quienes alguna vez creyeron conquistar con una o varias miradas. Con toda la nostalgia y pesadumbre puedo afirmar que he perdido la práctica de mirar a otras personas con intención. De buscarle la mirada, de conectar con lo más profundo de sus pupilas, de sostener esa mirada. Sí, seguro el planteo sonará cursi o romántico, pero es real, y me he dado cuenta hace poco. Hoy, acostumbrada ya a mirar fotos, a scrollear sin apetito, no veo sujetos disponibles para siquiera tentar un vínculo (del hegemónico o uno experimental). Agotadas todas las mediaciones: los filtros, las selfies frente al espejo, los platos de comida o las copas llenas, no sé qué queda. O mejor, sí, sé: nada.

            El deseo nos empecina y podemos caer en el Mercado de las citas, donde el anonimato reina, donde el ego se hincha. Otros y otras como yo en una red de deseos insatisfechos, deseos obstinados. Porque ¿Quién no cayó en estas redes? No voy a exponer sobre una de las más populares (Tinder). He estado haciendo por semanas experimentos sociales interesantes, y muchas entrevistas a usuarios. La que más me ha sorprendido es Date My Age. Según consta en los portales de noticias, una “app de citas dirigidas al público de más de 40 y senior”. El lugar para las desencantadas y desencantados categoría ’80. Una plataforma a la que muy fácilmente te registrás, y donde en la primera conexión te llueven mensajes de “hombres modelo de revista” pero en fotos “casuales” (abrazando a su mamá, luego de una rutina en el gym, o en la mesa de un restó). No es lo más curioso el perfil de estas “personas” (sí, ya vale entrecomillar) sino el contenido de los mensajes que llegan a tu casilla. Mensajes que suelen ser muy profundos o sencillos. Mensajes que plantean un desafío, que piden una oportunidad. Y que siempre tienen que ver con “vencer las distancias” y perpetuar algo. Con preguntas abiertas que te invitan a decir, a comentar, a ser protagonista por un momento.

¿Crees que podemos ser felices teniendo en cuenta que hemos sido lastimados anteriormente? 

            Cuando uno busca a esa persona ideal y no la consigue ¿debería dejar de buscarla? ¿Tú que piensas?

            No hace falta que pase mucho tiempo para enterarse que todo es una farsa, y que toda esa sintaxis es propia de un bot. Sobre todo cuando intentás responder al tipo musculoso y sonriente del perfil, y la página te solicita que te suscribas por 20 USD para seguir hablando con… Iker. Todo el tiempo que estés conectada, continuarán llegándote propuestas, muestras de interés, a ver si caes o no en la trampa.

            Me he conseguido una cámara para poder hablar por video llamada y aún no lo he intentado con alguien, pero si fuera contigo y pudiera concederte un deseo mientras estoy frente a la cámara, ¿qué me pedirías?

            Lo peor de esta historia no está en que una página invente perfiles falsos para conversar (a cambio de una suma de dinero) con otros. Tampoco que las conversaciones que sugiera sean artificiales, pueriles, prefabricadas, desapasionadas. Lo peor es que hay miles de personas en todo el mundo siendo estafadas por una aplicación que pretende ser un lugar de citas, donde si la charla prospera, puede generarse un encuentro frente a frente. En contextos de mucha ansiedad, debilidad, descuido, ilusión, hombres y mujeres gastan y gastan para no llegar a nada. Acto seguido, reclaman a la app, como si del otro lado hubiese un verdadero ser humano que comprendiera la tremenda desilusión que significa que jueguen así con tus sentimientos y expectativas.

            No son las redes el lugar para lo genuino. Pero nos creen tan naufragados que nos ofrecen chatear con un bot. El deseo está. El deseo arde en nosotros. Deseamos que otros nos escuchen/lean, ser protagonistas. Deseamos un feedback, un guiño, una complicidad. Deseamos, y es tan fuerte el deseo que podemos tomar como cierto que Iker, que habla dos idiomas, es manager deportivo, vive en San Diego, ama los animales, le gusta viajar y es soltero…. que Iker, también nos desee.