domingo, 31 de marzo de 2024

Gaza

 

Yo en 2001 con mi kufiya
Vivía en Santiago de Chile y tenía 15 años cuando conocí a Linda. Compartíamos una cena por el cumple de mi mamá, y ella en su mejor español (Linda habla cuatro lenguas, además de su lengua nativa: árabe) nos contó -quizás porque le preguntamos- cómo había tenido que abandonar su hogar. La casa familiar donde nacieron sus hijos. La casa que cuidaba, decoraba, en la que recibía amigos. El hogar donde una deja un pedazo de vida. De un día para otro la invasión israelí los expulsó de aquello que había construido con amor y esfuerzo. Su testimonio fue dicho entre lágrimas. Y desde ese momento supe que siempre estaría en mi voz el reclamo por una Palestina libre y soberana. Yo era piba pero entendía lo que era "dejar tu patria": la crisis del 2001 obligó a mi familia a quedarnos en Santiago.

Desde entonces las noticias en la Franja de Gaza o  Cisjordania me movilizan, me conmueven. He abierto mis ojos a otra realidad, que claro, no es confortable porque está teñida de exilio, muerte y dolor. ¿Cuánto tiempo se puede estar huyendo? ¿Cuántas más invasiones, saqueos, bombas? Hace más de 75 años el pueblo palestino sufre el asedio de Israel. Nosotros no podemos imaginarlo porque cuando nuestros héroes liberaron la patria del español o el francés, comenzaron a trazarse los mapas que aún reconocemos como Argentina. El mapa de Palestina ha sido carcomido por la violencia de un Estado sionista mercenario, cuyos objetivos e intereses son claros hoy: exterminar a un pueblo. 

El mismo colonialismo que arrasó con nuestras comunidades originarias. Los mismos fines, con distintos medios. Hoy es la propaganda que tilda de "terroristas" no sólo a cualquier palestino, sino también a cualquier persona oriunda de países árabes. Ellos son -según la propaganda- los fundamentalistas incivilizados. Acá nuestros pueblos indígenas también fueron tildados como la barbarie y el atraso, aquello que había que exterminar (Campaña del desierto de Roca ¿te suena?) 

Nunca pensé que esa propaganda estaría tan enquistada en el "sentido común argentino". Tanto así que el año pasado sufrí la censura y la sanción sólo por mencionar en un acto escolar la procedencia del poeta cuyos versos estaba citando. El maravilloso Mahmud Darwish. Sentí y siento vergüenza ajena, que desde el lugar donde se cultiva el saber y la solidaridad como es una escuela, en realidad se refuerza el prejuicio y la calumnia. Pero es más fuerte la propaganda. Se nos mete en los ojos y en la piel. Y cuando hace nido en el corazón, es casi imposible combatirla. 

Desde que comparto las publicaciones sobre el genocidio en Gaza, se me ha cerrado la cuenta de Instagram infinidad de veces. También se me ha revelado a quienes "les interesa el tema" (al menos haciendo un pestañeo fugaz sobre mis Historias) y quienes prefieren las fotos de suntuosos platos de comida. Por otro lado, se me han sugerido publicidades sobre lo bueno que son los israelíes, cómo cultivan la moral, la ciencia y las artes. Pero las bombas pesan más, vaya que sí. Estoy mirando cómo rescatan cuerpos de familias enteras descuartizadas ¿Autodefensa? ¿Cómo se le ocurre a alguien apoyar abierta o tácitamente la muerte de otro grupo humano?

¿Seré demasiado humanista o cambiaron los valores y no me di cuenta? ¿Qué otro aspecto de nuestra humanidad ha quedado obsoleto? 

Y ya saldrán a hablar sobre los rehenes y los bebés decapitados... Si un Estado quisiera una solución real no respondería destruyendo mezquitas,iglesias y casas con familias enteras dentro ¿A qué otra cosa puede conducir sino a más violencia? 

Vivo una realidad que detesto. Ni siquiera toda mi empatía puede salvar la situación de un niño o niña en Gaza, ni reparar el corazón de madres y padres. Sé que los palestinos y palestinas no buscan ser ejemplo de nada, ni de resiliencia ni de lucha. Sólo quieren vivir en paz. Es su derecho. ¿Otra palabra obsoleta? 

Mi día a día no es el mismo desde el brutal ataque a Gaza. 

Me repugna la indiferencia colectiva, pero se ve que "fingir demencia" se puso de moda. No digo que te inmoles por la causa, ni que andes con kuffiya en la cabeza invierno y verano. Sólo preguntar, compartir, indagar, no sé... ¡algo! 

Conocer no te va a ser menos feliz, preguntar no te va convertir en terrorista. Apoyar a Palestina no te transforma en ultrakirchnerista ni en comunista (si eso fuese algo malo).

Ser consciente te va a conectar con vos, siempre. Hay más afuera, otras consciencias, otras voces, otras historias. Es difícil asirlas a todas, pero que no nos gane la propaganda.

Decolonicémosnos de una vez, che.

Mi primera movilización en Buenos Aires. 2014.



domingo, 20 de agosto de 2023

¿Sueñan los humanos con delfines de tierra?

 

    Los deseos nos mueven y mantienen vivos. El deseo más anhelado –quizás- sea el de una pareja con quien compartir nuestros días. Claro, me refiero a la idea de pareja hegemónica y convencional que ha sido alimento de nuestra infancia, adolescencia y adultez, donde entrar en una relación implica: conocer a alguien (verlo, cruzarlo) más o menos de tu edad, conversar, tener piel, salir juntos, etc. No creo haya alguna fórmula mágica a la cual todas las parejas apliquen más que un interés en común de “estar juntos”, pero alrededor de este deseo de la pareja hegemónica, giran en estos tiempos muchas nuevas situaciones. Principalmente la mediación tecnológica. Gran problema para quienes gustan de escribir cartas de puño y letra, para quienes alguna vez creyeron conquistar con una o varias miradas. Con toda la nostalgia y pesadumbre puedo afirmar que he perdido la práctica de mirar a otras personas con intención. De buscarle la mirada, de conectar con lo más profundo de sus pupilas, de sostener esa mirada. Sí, seguro el planteo sonará cursi o romántico, pero es real, y me he dado cuenta hace poco. Hoy, acostumbrada ya a mirar fotos, a scrollear sin apetito, no veo sujetos disponibles para siquiera tentar un vínculo (del hegemónico o uno experimental). Agotadas todas las mediaciones: los filtros, las selfies frente al espejo, los platos de comida o las copas llenas, no sé qué queda. O mejor, sí, sé: nada.

            El deseo nos empecina y podemos caer en el Mercado de las citas, donde el anonimato reina, donde el ego se hincha. Otros y otras como yo en una red de deseos insatisfechos, deseos obstinados. Porque ¿Quién no cayó en estas redes? No voy a exponer sobre una de las más populares (Tinder). He estado haciendo por semanas experimentos sociales interesantes, y muchas entrevistas a usuarios. La que más me ha sorprendido es Date My Age. Según consta en los portales de noticias, una “app de citas dirigidas al público de más de 40 y senior”. El lugar para las desencantadas y desencantados categoría ’80. Una plataforma a la que muy fácilmente te registrás, y donde en la primera conexión te llueven mensajes de “hombres modelo de revista” pero en fotos “casuales” (abrazando a su mamá, luego de una rutina en el gym, o en la mesa de un restó). No es lo más curioso el perfil de estas “personas” (sí, ya vale entrecomillar) sino el contenido de los mensajes que llegan a tu casilla. Mensajes que suelen ser muy profundos o sencillos. Mensajes que plantean un desafío, que piden una oportunidad. Y que siempre tienen que ver con “vencer las distancias” y perpetuar algo. Con preguntas abiertas que te invitan a decir, a comentar, a ser protagonista por un momento.

¿Crees que podemos ser felices teniendo en cuenta que hemos sido lastimados anteriormente? 

            Cuando uno busca a esa persona ideal y no la consigue ¿debería dejar de buscarla? ¿Tú que piensas?

            No hace falta que pase mucho tiempo para enterarse que todo es una farsa, y que toda esa sintaxis es propia de un bot. Sobre todo cuando intentás responder al tipo musculoso y sonriente del perfil, y la página te solicita que te suscribas por 20 USD para seguir hablando con… Iker. Todo el tiempo que estés conectada, continuarán llegándote propuestas, muestras de interés, a ver si caes o no en la trampa.

            Me he conseguido una cámara para poder hablar por video llamada y aún no lo he intentado con alguien, pero si fuera contigo y pudiera concederte un deseo mientras estoy frente a la cámara, ¿qué me pedirías?

            Lo peor de esta historia no está en que una página invente perfiles falsos para conversar (a cambio de una suma de dinero) con otros. Tampoco que las conversaciones que sugiera sean artificiales, pueriles, prefabricadas, desapasionadas. Lo peor es que hay miles de personas en todo el mundo siendo estafadas por una aplicación que pretende ser un lugar de citas, donde si la charla prospera, puede generarse un encuentro frente a frente. En contextos de mucha ansiedad, debilidad, descuido, ilusión, hombres y mujeres gastan y gastan para no llegar a nada. Acto seguido, reclaman a la app, como si del otro lado hubiese un verdadero ser humano que comprendiera la tremenda desilusión que significa que jueguen así con tus sentimientos y expectativas.

            No son las redes el lugar para lo genuino. Pero nos creen tan naufragados que nos ofrecen chatear con un bot. El deseo está. El deseo arde en nosotros. Deseamos que otros nos escuchen/lean, ser protagonistas. Deseamos un feedback, un guiño, una complicidad. Deseamos, y es tan fuerte el deseo que podemos tomar como cierto que Iker, que habla dos idiomas, es manager deportivo, vive en San Diego, ama los animales, le gusta viajar y es soltero…. que Iker, también nos desee.